LA PÉRDIDA Y EL DUELO

Todos sabemos lo que es perder a alguien querido. Cuando pensamos en la pérdida y el duelo, enseguida nos viene a la cabeza la muerte. Sin embargo, hay otras circunstancias que también se consideran pérdidas, más allá de la muerte de un ser querido: pérdidas de relación, de animales, de bienes materiales, de partes del cuerpo, de objetivos, de esperanzas, de trabajos,… Es algo subjetivo y que amenaza de alguna forma la supervivencia propia. Ante ella, aparece la frustración, de la que se derivan sentimientos tales como tristeza y enfado.
En definitiva, la pérdida se refiere a aquello que tuvimos y ya no tenemos, o a algo que quisimos tener y no llega.
¿Qué es el duelo?

Es ante todo, una reacción subjetiva a una pérdida, una crisis de significado que comporta readaptarse, aprender a vivir sin lo que se ha perdido. Una situación de crisis en la identidad de la persona, en la historia que cada uno elabora de su vida y por tanto, una experiencia vital complicada.
Es cierto que en la elaboración del duelo el tiempo es algo vital; como proceso que es, se requiere un tiempo para llegar al objetivo. Sin embargo, éste no es el ingrediente único necesario para la elaboración saludable. Alejándonos de las teorías tradicionales del duelo, según las cuales se atraviesa por una serie de fases secuenciales e invariables, entendemos el proceso de duelo como trabajo en el que la persona juega un papel muy activo. Es un proceso de cambio, donde la responsabilidad y la voluntad de nosotros mismos son necesarias para que tenga lugar, y que cada persona vive de forma única.
Las tareas del duelo

En este proceso de elaboración saludable y entendiendo el duelo como trabajo, existen una serie de tareas a realizar que se dan de forma simultánea y que nos ayudarán a dar sentido a nuestras emociones, para poder recolocar la pérdida en nuestra vida:
- Aceptar la realidad de la pérdida. A menudo, después de un fallecimiento o pérdida, familiares y amigos pasan por un período en el que se sienten aturdidos, sin poder creer o hacerse a la idea de que realmente eso ha pasado. La aceptación se da a nivel racional, pero también emocional: ser consciente de haber perdido a alguien, reconociendo las emociones que esto comporta. En el día a día nos encontramos con realidades que nos hacen enfrentar la pérdida, como por ejemplo, ver cosas que nos recuerdan a la persona que ya no está, o recibir cartas a su nombre. Hay personas, que niegan que se haya producido una pérdida, o que niegan el significado y el impacto que les supone.
- Trabajar las emociones y el dolor de la pérdida. Para poder trabajar con todas las emociones que emergen, debemos primero ser conscientes de qué emociones sentimos y permitirnos sentirlas. Algunas son más evidentes y otras menos, algunas son positivas, y otras terriblemente negativas. Muchas veces, nos parecen ilógicas. Muchas personas no se permiten sentir el dolor, pero es de vital importancia trabajar todo aquel sentimiento que aparezca. Hay personas que evitan pensamientos dolorosos, idealizan a la persona, usan drogas o alcohol,… pero para salir del dolor, hay que pasar inevitablemente por él.
- Adaptarse a un medio donde el otro no está. Es decir, observando cómo influye en el día a día la pérdida y realizando cambios en nuestra vida, lo que implica por ejemplo, redefinir roles, asumiendo funciones que la persona hacía y que son nuevos para nosotros, usando nuevas habilidades. En definitiva, redefinirnos a nosotros mismos sin el otro.
- Recolocar emocionalmente al ser querido. Hay personas que cuando han perdido a alguien y al cabo del tiempo vuelven a disfrutar, sienten culpa o arrepentimiento por temor a olvidar o a “dejar de querer” a esa persona. Es por eso, por lo que el trabajo aquí se centra en poder encontrar un lugar para la persona que nos permita seguir vinculados, pero de forma que no impida seguir con la vida. Esto es, encontrar un lugar adecuado para él en nuestra vida emocional, llevándolo con nosotros sin que nos impida disfrutar nuevamente de la vida.
A propósito de este duro proceso y este arduo trabajo, podemos establecer una analogía con la historia del águila:
“Cuentan que el águila es el ave de mayor longevidad de su especie. Llega a vivir 70 años, pero para llegar a esa edad, a los 40 años debe tomar una seria y difícil decisión. A los 40 años sus uñas son débiles e incapaces de agarrar a sus presas para alimentarse, su pico largo y puntiagudo se curva apuntando contra su pecho, sus alas están envejecidas y pesadas y sus plumas gruesas, hacen difícil el vuelo. ¡¡Volar se hace ya tan difícil!! Entonces el águila tiene solamente dos alternativas: morir o enfrentar su dolorido proceso de renovación, que durará 150 días.
Ese proceso consiste en volar a lo alto de de una montaña, hacer su nido en la pared y quedarse ahí, a la espera de poder comer sin necesidad de volar. Con el pasar de los días, el águila comienza a golpear en la pared con su pico hasta destruirlo. Una vez destruido, debe esperar el crecimiento de su nuevo pico, que se va formando poco a poco y que le permitirá desprenderse una a una sus uñas de las patas. Cuando las uñas comienzan a crecer, puede empezar a desplumar sus viejas y pesadas plumas.
Después de cinco meses viviendo una dolorosa renovación,ya está preparada otra vez para volar y afrontar la vida otros 30 años más.”
Esta analogía sirve para ilustrar muy bien el duelo y todo lo expuesto anteriormente, en tanto que es un proceso que requiere tiempo, un trabajo que es difícil y doloroso. Este proceso requiere que nos resguardemos durante un tiempo y empecemos con una renovación propia, en la que tendremos que recolocar muchas costumbres, recuerdos y tal vez miedo que nos generan dolor. Solamente libres de ese peso (que no implica olvidar, sino recolocar), podremos luego alzar el vuelo y aprovechar el resultado tan valioso que todo proceso de renovación trae.